Espacio y tiempo en Newton

La hipótesis metafísicas de Newton están ejemplificadas en el espacio y tiempo absolutos. Los lugares clásicos de su definición se encuentran en el Escolio General del libro III de los Principia:

  • “El tiempo absoluto, verdadero y matemático, de suyo y por su propia naturaleza, sin relación a nada externo, fluye y se llama también duración; el relativo, aparente y vulgar es una medida sensible y externa (sea exacta o inexacta) de aquella duración, y es tomado por el vulgo como tiempo verdadero; así, una hora, un día, un mes, un año.
  • El espacio absoluto, por naturaleza sin relación a nada externo, permanece siempre igual a sí mismo e inmóvil; el relativo es la medida de este espacio, o cierta dimensión móvil, que es definida por nuestros sentidos según su relación a los cuerpos, y que el vulgo toma por espacio inmóvil…..En especie y magnitud son iguales al espacio absoluto y el relativo; pero no siempre permanecen iguales en cuanto al número”

Que esta hipótesis son metafísicas (más allá de lo físico) nos lo prueban las propias reglas del filosofar. En efecto, por inducción podríamos llegar, en todo caso, al espacio y tiempo relativos, nunca al absoluto. La relatividad del espacio y tiempo se prueba por su procedencia de la medida sensible de los cuerpos; si uniéramos las distintas medidas posibles, tendríamos colecciones de tiempos y espacios.

De ninguna forma podemos llegar al carácter absoluto de estos ámbitos partiendo de las relaciones entre los cuerpos. Es cierto que Newton aduce dos experiencias para probar el carácter absoluto del espacio: la del agua girando dentro de un cubo y la de las esferas separadas por una cuerda tensa. Sin embargo, estas experiencias sólo prueban que el espacio relativo en que suceden está situado dentro de otro ámbito, que no tiene por qué ser absoluto (así, a finales del siglo XIX en científico alemán Ernst March probaría matemáticamente que las apariencias se explicaban perfectamente aceptando las estrellas fijas como un sistema de referencia). Hoy sabemos que nada en la naturaleza está en reposo absoluto; hay reposo sólo con respecto a algún sistema de coordenadas. Newton estaba extrapolando el principio de relatividad de Galileo (invariancia de sistemas inerciales), a fin de establecer dos ámbitos de presencia y duración. ¿Qué razones le movían a ello? En principio, podemos afirmar que los famosos Axiomas o Leyes del Movimiento precisan del carácter absoluto e infinito del espacio. Estas son las formulaciones exactas de estos Axiomas:

  • “Ley I. Todo cuerpo perservera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilineo, en tanto no se vea obligado a cambiar de estado por una fuerza impresa.
  • Ley II. El cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa, y se produce según la línea recta en que ha actuado dicha fuerza.
  • Ley III. Siempre hay una reacción contraria e igual a una acción; es decir, que las acciones de dos cuerpos siempre son mutuamente iguales y de sentido contrario” (Principia. Libro I)

La primera ley expresa el principio de inercia, y da una definición implícita de masa (potencia de resistencia al cambio de movimiento). La segunda ley define la fuerza, y la tercera el principio de acción y reacción.

Es interesante señalar la circularidad de las leyes I y II (la una se explica por la otra) y el carácter principal de la fuerza impresa, que queda sin defrinir. Unamos, ahora, las dos hipótesis de base: un espacio infinito y absoluto en el que se desplazan masas inertes, y una fuerza que, extrínsecamente, actúa sobre los cuerpos. Según estas hipótesis el espacio es el órgano sensorial de Dios, aquello que garantiza su omnipresencia; la fuerz, el signo de la actividad y potencia divinas. Era necesario afirmar el carácter absoluto del espacio para no mezclar la materia con la Divinidad; era necesario el carácter extrínseco de la fuerza para no dar a los cuerpos caracteres divinos. Sin embargo, Newton no identifica espacio y tiempo con Dios; Dios es la Persona que se manifiesta como espacio y tiempo: “No es eternidad e infinidad, sino eterno e infinito; no duración y espacio, sino que dura y está presente. Dura por siempre, y está presente en todas partes; y existiendo siempre y en todas partes, constituye el espacio y la duración”(Principia).

Esta es una idea presente ya en Henry More (que había llegado incluso a la identificación de Dios y del Espacio), abierta a múltiples objecciones: si Dios está presente sustancialmente en el espacio, entonces Dios es un cuerpo (aunque inmenso), y se convierte en la vieja alma del mundo de los filósofos árabes medievales. Y si está presente virtualmente, es que Dios puede ser potencia y acto, inactividad (el espacio es inactivo casualmente) y pura acción. En todo caso, Dios, lo simple y sin mezcla, aparece sensiblemente como lo compuesto de partes. Tanto Berkeley como Leibniz emplearon lo mejor de su crítica en luchar contra esta extraña concepción newtoniana, tan inútil para la ciencia y nociva para la religión.

Pero los intereses de Newton iban por otra parte. Era una idea común en su tiempo la de un sensorio o lugar donde interactuaban la materia y el espíritu. Pero la religiosidad protestante del científico inglés exigía una pasividad absoluta por parte del sensorio humano. El hombre recibía en el sensorio las imágenes de las cosas (nunca las cosas mismas); y esto se debía a su localización espaciotemporal. El hombre es un animal receptivo:

“Vemos tan sólo las figuras y colores de los cuerpos; oímos tan sólo sonidos; tocamos tan sólo las superficies externas; olemos los solos olores y gustamos los sabores; pero las sustancias íntimas no las conocemos mediante ningún sentido, ni tampoco mediante acción refleja alguna; mucho menos tenemos idea de la sustancia de Dios” (Principia).

Las críticas de Locke y Hume están ya prefiguradas en el fenomenalismo de Newton. Lo que éste no podía prever es que fueran a utilizarse como argumentos en favor del agnosticismo e, incluso, del ateísmo. Él, que había quitado del hombre todas las potencias que Descartes le había atribuído, para ponerlas en Dios; él, que había escrito los Principia “no con el propósito de presentar un desafío al Creador, sino para reforzar y demostrar el poder y superintendencia de un Ser Supremo” (Carta a Conduit)

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