Edmund Burke (1729-1797)
Edmund Burke nació en Dublín, de padre anglicano y madre católica, siendo educado en el anglicanismo. Es considerado el fundador del conservadurismo político consciente. Su repercusión fue enorme. En el siglo XIX inspiró tanto a una determinada corriente liberal como a los contrarrevolucionarios, y en el siglo XX se convirtió en una referencia de los conservadores. Ejemplo de esto último es la importancia del autor en el conservadurismo norteamericano, que llegó a rendirle homenaje permanente y que lo convirtió en referencia absoluta.
Como punto de partida, Burke se manifestó en contra de la razón y del ensalzamiento que hicieron de esta los revolucionarios franceses. Para él, las construcciones racionales abstractas nos llevan a discutir sobre nada o a movernos en el confuso terreno de las palabras sin contenido. Por ello, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano le provocó sarcasmo e ironía. Hablar de los derechos del hombre, de la libertad o de la igualdad, sin matizar de qué estamos hablando, pensaba Burke que era vacío y metafísico y que sólo podía conducir a ambivalencias y futuros conflictos. Frente a esos principios generales, Burke sitúa los derechos de los ingleses, concretos, relativos. En esta afirmación, deudora de las teorías utilitarias de la Inglaterra del XVIII, se halla una de las claves de su pensamiento.
La razón, el cálculo puramente económico, al no ser instintivos, son menos importantes y profundos que los sentimientos afectivos; por ello decaen frente a los “prejuicios”, es decir, frente a aquellos sentimientos, costumbres, hábitos, que son naturales en tanto que reposan en una larga implicación de acontecimientos históricos. Se trata de usos de amor y lealtad hacia la familia, los amigos y la nación.
Frente a su desconfianza por la razón individual, Burke destaca el sentimiento colectivo, porque sólo la especie, como tal, es prudente. No son los individuos por separado los que dan consistencia a las civilizaciones. Son las colectividades de ciudadanos, a través de sus instituciones tradicionales, las que han ido forjando todo lo positivo y moral que podemos hallar en el mundo. Es el tiempo y la interacción lo que hace que los individuos puedan desarrollar unos ideales morales capaces de superar los meros objetivos egoístas. Esta afirmación hace patente su antiindividualismo y, también, su visión organista de la sociedad.
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