La prensa en la guerra de Cuba

La opinión pública norteamericana fue la que decantó la participación de Estados Unidos en la guerra de Cuba. Los periódicos de Nueva York fueron decisivos. Entre todos los periódicos sobresalian en World de Pulitzer y el Journal de Hearst, cuya campaña contra España fue la que cambió la opinión pública norteamericana e impulsó al Congreso y al Presidente americano en favor de la intervención americana en Cuba y ello llevó inexorablemente a la guerra con España.

El sensacionalismo y las nuevas técnicas periodísticas le proporcionaron al World tiradas muy superiores al del resto de periódicos. Esto le condujo a tener una influencia muy importante sobre la opinión pública americana. El resto de la prensa norteamericana tuvo un papel no activo en la participación de Estados Unidos en los asuntos de Cuba. Muchos periódicos (Herald Tribune, Times, Evening Post) se postulaban contra la intervención y a favor de las reformas políticas que España intentaba introducir en la isla.

Ahora bien, la leyenda negra de España, que fue repasada por los editoriales de dichos periódicos, la debilidad política y económica de España, así como una campaña protestante en contra del absolutismo católico, inclinó la balanza en favor de la intervención.

Desde 1895 la prensa amarilla condenó duramente la resistencia del presidente Cleveland a toda interferencia americana, mientras que la prensa conservadora le aplaudía dicha actitud. Los ataques siguieron siendo más duras cuando el presidente McKinley, desde 1896 intentó seguir la línea de su predecesor. La influencia de dicha prensa se nota cuando el Congreso, más atento a la opinión pública, intentó forzar resoluciones en favor de la beligerancia o independencia de Cuba. El sentimiento a favor de la intervención fue aumentando desde 1895 hasta 1898, acompañado por la prensa amarilla.Los editoriales de la prensa que se mostraba contraria a la intervención muestran a las claras que España preferiría una guerra, que sabía que iba a perder, antes que renunciar pacificamente a su soberanía. El contraste con la prensa española era evidente ya que esta, daba por supuesta la superioridad moral y militar española, una potencia tradicional, frente al advenimiento de una nación nueva.

El ruido en el Congreso americano en favor de la intervención iba aumentando, incluso la prensa moderada tuvo que aplaudir al presidente McKinley en su intento de aplcar a la opinión pública con un programa de ayuda a los americanos (cubanos nacionalizados) que sufrían los efectos de la política española. En diciembre de 1987, el presidente extendía esta ayuda a toda la población necesitada.

Las reformas políticas anunciadas por Sagasta fueron interpretadas como una cesión española. El final de la política de reconcentraciones tampoco surtió efecto alguno. la prensa amarilla siguió con su campaña contra España. Exigía que se enviara a Cuba la flota para proteger a los ciudadanos americanos de los ataques de los españoles. El hecho era que no corrían peligro alguno. Debido a todo ello, el presidente envió al Maine en visita de cortesía el 24 de enero. Mientras la prensa moderada explicaba que el buque americano había sido muy bien recibido, y que en la capital cubana reinaba la tranquilidad, el Journal publicó el 9 de febrero una carta del ministro español en Whasington, Dupuy de Lome, escrita privadamente a Canalejas, en la que la autonomía era descrita como un mero recurso frente a Estados Unidos y que, desató la opinión pública en contra de España. El 15 de febrero explotó el Maine en la bahía de La Habana.

La prensa amarilla culpó a España de tal hecho, mientras que la prensa moderada prefería esperar el resultado de la investigación de las causas. Dicha investigación no logró establecer que la explosión fuese deliberadamente provocada por España, pero el que hubiese sido detonada desde el exterior del buque lo suponía.

La presna amarilla lo estuvo proclamando a dirario. El Journal, incluso inició una investigación propia, no fiándose de la oficial. Mientras, el World iniciaba un monumento por suscripción popular a los mártires del Maine. La ola belicista iba creciendo irremisiblemente. Sólo el Evening Post seguía apoyando la moderación presidencial.

El debate en el Congreso fue aprovechado por los periódicos amarillos para aumentar sus tiradas a unos números verdaderamente impresionantes: más de millón y medio de ejemplares, cifras absolutamente inauditas para aquellas fechas.

El 18 de abril el presidente firmaba la resolución conjunta, que dió lugar al inició de la guerra. la primera acción fue un bloqueo de los puertos cubanos. España declaró la guerra el 21 de abril. La prensa amarilla seguí atizando el nacionalismo norteamericano, y más cuando llegó la noticia de la destrucción total de la flota española en Cavite, el 1 de mayo. La prensa lo recibió con una alegria exultante. No era para menos, Estados Unidos se había convertido en una potencia mundial.

La campaña por tierra fue más difícil y en las batallas de Guasimas, el Caney y San Juan, la prensa amarilla pudo comprobar que la campaña no sería un paseo tan sencillo como fue la batalla naval. La prensa inició entonces un ataque contra las dificultades del ejército americano. La rendición de Santiago el 17 de julio, el armisticio del 12 de agosto y la rendición de Manila el 13 de agosto, parecía dar la razón a la prensa amarilla de que dichas operaciones habían sido un paseo.

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