“La noche estrellada” de Van Gogh
Esta obra de Van Gogh nos sitúa en el momento álgido de su producción pictórica así como su pasión por la vida. Una característica de este cuadro es que es nocturno, y está pintado mientras permanecía hospitalizado en el hospital psiquiátrico de Saint Rémy de Provence. Por ello nos refleja todo el drama del hombre ansioso de comunicación y de integración con la Naturaleza. El año anterior había tenido la famosa discusión con Gauguin sobre el arte, la cual le llevó a cortase su oreja. Continuó teniendo depresiones, por lo que es internado en dicho hospital. ¿Cómo pinta este cuadro? Lo pinta al natural, y para ello se vale de candelas prendidas en el ala del sombrero y de otras sujetas en el cuadro. En una carta dirigida a su hermano le explica su método de trabajo:”Yo mismo no sé cómo pinto, vengo a sentarme con un panel en blanco, miro lo que tengo delante de los ojos y me digo: este panel debe convertirse en alguna cosa”.
Van Gogh se sintió hipnotizado por la noche. En un tiempo en que la iluminación artificial era escasa, no podía esperar del natural los espectaculares efectos de las iluminaciones actuales. Además, en el cuadro, la luz artificial es muy escasa, y se refiere solo a las casas del pueblo, abajo, y en el centro del cuadro. Se trata por lo tanto un nocturno puro.
En mayo de 1889 Van Gogh había decidido recluirse en Saint Rémy. Allí obtuvo dos estancias, una de las cuales le servía de estudio. Ademas va consiguiendo permisos para salir a pintar al exterior acompañado de un vigilante. La enfermedad lo va dejando poco a poco inutilizado. Ahora bien, el vértigo de las estrellas parece que devora la oscuridad, dando a toda la obra un carácter fosforecente, como si fuera su última tabla de salvación. Los ritmos muy destacados con haces de pinceladas paralelas se convulsionan y retuercen sobre sí mismos para lanzarse nuevamente al vacio.
El cuadro añade además uno de los temas favoritos de Van Gogh estos años: los cipreses. Aparecen dos cipreses, uno grande y otro pequeño, de forma que dan la sensación de apoyo y de unidad. Su dinamismo vertical es el contrapunto a la vorágine horizontal de las estrellas y, gracias a estos cipreses, el cielo alcanza su profundidad y su verdadera dimensión. Es como si realizase una llamada de amor a Dios, casi una súplica.
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