El problema de la libertad
La existencia de acciones libres en el hombre puede parecer una cosa tan clara y evidente que no merece discusión seria. Hace una tarde hermosa y decido ir a dar un paseo en lugar de trabajar. Este parece un ejemplo claro e indudable de acción libre.
Si quisieramos socráticamente, profundizar en la cuestión y preguntáramos a la inmensa mayoría de la gente que entiende por “acción libre”, probablemente nos respondería algo parecido a esto:”una acción libre es aquella acción que está en nuestras manos el hacerla o no; y que, una vez hecha, pudo ser de distinta manera porque nosotros tuvimos en nuestro poder el decidir de distinta manera”.
Supongamos que no nos conformamos con comprobar esta definición sino que queremos saber también qué razones tiene para afirmarlo. Le preguntamos pues, cómo sabe, con respecto a la acción antes citada que estuvo en nuestra mano el decidir de distinto modo de como lo hicimos. La respuesta, con toda probabilidad, sería parecida a esta:”En esas acciones, y otras semejantes, experimentamos en el momento de elegir que podríamos elegir de otro modo”.
Tenemos aquí el primer argumento que se aduce casi sin excepciones en favor de la existencia de la libertad: nos sentimos libres, experimentamos nuestra libertad. La libertad no es una tesis filosófica, no es una abstracción, sino una realidad directamente experimentada, del mismo modo que experimento ahora que estoy sentado ante mi mesa de estudio y escribiendo en el ordenador.
Generalmente este primer argumento suele reforzarse con otro: la creencia universal en la responsabilidad de la persona por ciertas acciones suyas. Cuando una persona ha realizado, en determinadas condiciones (como salud mental, etc), una cierta acción, se le considera por todos responsable de esa acción, y en consecuencia es alabada o censurada, premiada o castigada. Esta creencia común en la responsabilidad de ciertas acciones parece envolver la creencia en la libertad, la creencia de que en manos de la persona estaba el decidir y el actuar de distinto modo de como lo hizo. Pues desde luego no alabamos ni censuramos, no premiamos ni castigamos cuando la persona pudo decidir ni obrar de otro modo, porque se lo impidió la fuerza física ajena, la falta de conocimiento, la presión moral o un miedo insuperable.
Estos argumentos, ¿zanjan definitivamente la cuestión? No pretendemos zanjar la cuestión. Simplemente consideramos que dichos argumentos no están exentos de toda duda.
Nos sentimos libres al elegir. Ahora bien, ¿lo somos en realidad? Los psiquiatras nos dicen que personas mentalmente enfermas, que no pueden evitar determinadas acciones, confiesan sentirse libres en el momento de actuar. ¿No podría pasar lo mismo en lo que nos llamamos personas normales?
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