La duda de Descartes

Para el racionalismo, el entendimiento ha de encontrar en sí mismo las verdades fundamentales a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestros conocimientos. Este punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta sobre la cual no es posible que exista la más mínima duda. Solo de esta forma el sistema queda suficientemente fundamentado.

La búsqueda de un punto de partida cierto exige una tarea previa de ir eliminando todos aquellos conocimientos, ideas y creencias que no aparezcan dotados de una certeza absoluta: hay que eliminar todo aquello de lo que podemos dudar. De ahí que Descartes comience con la duda. Esta duda es metódica, es una exigencia del método en su momento analítico.

La primera razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las falacias de los sentidos. Los sentidos nos inducen a veces a error; ahora bien, ¿qué garantía existe de que no nos inducen siempre a error? La mayoría de nosotros consideraremos altamente improbable que los sentidos nos induzcan a error, pero la improbabilidad no equivale a la certeza y de ahí que la posibilidad de dudar acerca del testimonio de los sentidos no quede totalmente eliminada.

Podemos, pues, dudar del testimonio de los sentidos. Esto nos permite dudar de que las cosas sean como las percibimos por medio de los sentidos, pero no permite dudar de que existan las cosas que percibimos. Por eso Descartes añade una segunda razón para dudar: la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. También los sueños nos muestran a menudo mundos de objetos con extremada vivez, y al despertar descubrimos que tales mundos de objetos no tienen existencia real. ¿Cómo distinguir el estado de sueño del estado de vigilia y cómo alcanzar certeza absoluta de que el mundo que percibimos es real?

La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia de las cosas y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades como las matemáticas: dormidos o despiertos, los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes añada el tercer motivo de duda: tal vez exista algún espíritu maligno “de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error” Esta hipótesis del “genio maligno” equivale a suponer: tal vez mi entendimiento es de tal naturaleza que se equivoca necesariamente y siempre cuando piensa capta la verdad. Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero que nos permite dudar de todos nuestros conocimientos.

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