Ortega. Crítica del realismo y del idealismo

Seguimos un día más en casa desde Academia Cruellas. Ayer vimos cómo entendía Ortega la filosofía. Y hoy, siguiendo a Ortega, el desarrollo de la filosofía con la exigencia que ella impone, requiere antes que nada una crítica del “realismo” y del “idealismo”.

Abordaremos esta crítica desde el problema de la ciencia, En Historia como sistema, Ortega dice que la ciencia está en peligro; y está en peligro porque la fe que el hombre “moderno” tenía puesta en ella se ha ido enfriando a lo largo del último siglo. Se vio a la ciencia como la “panacea” de todas las cosas, pero la realidad es bien distinta. Concretamente: la ciencia que, paradójicamente, quiere abarcar todo el universo nada tiene que decir sobre el hombre, sobre lo humano. Es decir, la ciencia físico-matemática o razón naturalista, al hacerse patente la urgencia de tomar parte en la verdad sobre los problemas más humanos, no ha sabido qué decir.

La razón naturalista o realista se detiene, ha topado, ante la extraña realidad que es la vida humana. La causa es profunda y radical, según Ortega: porque el hombre no es una cosa; es falso hablar de la “naturaleza humana”, La vida humana no es un objeto, no se trata de una cosa y por eso no posee una naturaleza. “El hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia”.

Ante esta situación deficitaria, el hombre moderno se ha visto “desilusionado” ante la ciencia porque se da cuenta de que lo humano “se escapa de la razón físico-matemática como en agua por una canastilla”. Este es el único motivo por el que la fe en esa razón ha entrado en deploraba decadencia.

Ahora bien, esto quiere decir por lo pronto que es preciso repensar la vida humana bajo nuevas categorías o conceptos radicalmente distintos de los que nos aclaran los fenómenos de la materia. De otra forma, la razón naturalista o realista sirve siempre y cuando su objeto de conocimiento sea cosa; por ejemplo, el movimiento de los astros. Pero en el momento en que pretendemos abordar el tema de la vida humana bajo esos mismos cálculos estamos imaginando una razón de continuidad entre dos objetos de conocimiento persuadidos en la creencia de que al tratar con la vida humana también estamos investigando la naturaleza. Mas, como hemos dicho, esto es falso.

La alternativa histórica se presenta a ojos de Ortega bajo el nombre de “ciencias del espíritu”. En efecto, contra la razón físico-matemática de investigar lo humano arremeten los espiritualistas o idealistas contraponiendo la Naturaleza al Espíritu. Pero esto es otro error; error que comienza en la interpretación eleática del ser tratando las realidades (cuerpos o no) como si fuesen ideas, conceptos. En suma, el error del idealismo o espiritualismo, lejos de distar del error del realismo, no es sino la misma equivocación: tratar las cosas o las ideas como identidades, es decir, como si se tratara de una naturaleza determinada perennemente constituida. Por eso Ortega se pregunta cómo el idealismo (en la figura de Descartes) ha podido cometer esa inconsecuencia con su propio punto de partida que le instaba a no reconocer como radical realidad sino lo inmediato. Y la respuesta es que el idealismo conserva dentro de sí, inconscientemente, la tendencia realista. Esta consiste en creer que lo real, lo verdaderamente existente, es lo que existe independientemente de mi. Precisamente cuando el idealismo se ve obligado a reconocer que una cosa, x, existe porque depende de mí, “porque está presente ante mí”, añade un razonamiento de corte realista: hace consistir la realidad en algo independiente (como el realista), con la excepción de que ahora lo independiente es mi pensamiento. el sujeto pensante cartesiano, que además es interpretado como una res cognitans, como una cosa que piensa.

Por último, no es extraño que ambas críticas (al idealismo y al realismo) aparezcan juntas puesto que se trata del mismo error. Pero también porque Ortega explica precisamente al hilo de esa doble crítica su propia idea al respecto:”la necesidad de superar y trascender la idea de Naturaleza procede precisamente de que no puede valer ésta como realidad auténtica, sino que es algo relativo al intelecto del hombre”.

Ahora bien, esa relatividad de la Naturaleza respecto al intelecto del hombre, a su vez no posee realidad tomada aparte sino “funcionando en una vida humana”. Por tanto, la afirmación ortegiana se presenta así: tanto la Naturaleza como el Intelecto son relativizados en función de una única realidad radical, que es la misma vida humana.

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