La sospecha de la realidad
La sospecha sobre la realidad es tan antigua como la filosofía. A continuación vamos a esbozar algunas características.
Los griegos, siguiendo a Gorgias decían así:”Nada existe; y aunque algo existiera sería incomprensible; y si existiera y fuese comprensible, sería incomunicable”.
A Gorgias hay que entenderle en el contexto de otros pensadores griegos anteriores a él: Parménides de Elea y Heráclito de Efeso. Segtún Parménides (s. VI. a.C.) sólo la realidad es, y lo que no es realidad no es. Esto significa que lo que no es realidad nunca podrá pasar a ser realidad, ya que no es. La realidad, por el contrario, por eterna, ha de ser quieta, inmóvil, imperecedera e inmutable. No hay en el mundo movimiento, y lo que nos parece tal son puras ilusiones y engaños de los sentidos. Frente a esta sospecha (es decir, frente a esta afirmación de que no debemos ser ingenuos creyendo que el mundo es como nos parece), Heráclito (s. VI a.C.), afirma, lo contrario:”Todo cambia, nada es”, “nunca te bañarás dos veces en el mismo río”. La vida es continua movilidad y lo que parece estable es pura ilusión. Entre Parménides y Heráclíto, Aristóteles medió con su teoría de la potencia y el acto: que algo no se aún, no significa que no pueda nunca llegar a ser. Cuando “lo posible se hace real, entonces el ser ha pasado de la potencia al acto”.
Aprovechando esta vía abierta por Aristóteles, Tomás de Aquino afirmó en el siglo XIII (y con él toda la filosofía tomista que llega hasta hoy) que los hombres pese a estar en acto durante algún tiempo sobre la superficie de la tierra, no son actos que se hayan actualizado por sí mismos, sino que han sido actualizados por un Acto Puro superior a ellos en todos los órdenes, un Ser al que denominamos Dios.
Después de Tomás de Aquino, la filosofía racionalista del siglo XVII por un lado, y por el otro la filosofía empirista se enfrentaron de nuevo abiertamente entre sí, a la hora de explicar la realidad.
Según Descartes, el hombre no debe ya partir de las realidades mundanas para elevarse a la Realidad de Dios. Por el contrario, el método correcto será descubrir el “yo” para llegar a comprender desde él la suprema realidad de Dios, y en último término la realidad más discutible del mundo. El acento se ha desplazado: el punto de partida difiere en Aristóteles y en Descartes. Con todo, el punto de llegada, la Realidad Suprema, sí va a ser la misma.
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