El ensueño
Estas formaciones complejas de la imaginación tiene todas un carácter común: que nos apartan de la realidad cotidiana; ya sea de una manera voluntaria y consciente (ensueños), ya de una manera involuntaria e inconsciente (sueño).
El ensueño (“soñar despierto”) es una actividad de la imaginación en la que (imaginativamente) colmamos nuestos deseos insatisfechos. El niño del equipo de un colegio, se ve como delantero centro de la selección nacional, etc.
Los ensueños ocupan gran parte del tiempo durante la infancia, correspondiendo a un período en que realidad y fantasía se hallan aún mezcladas, y en que -por otra parte- las potencialidades del niño están estrictamente limitadas, tanto por su propia constitución psicofísica como por la falta de recursos y por la sujeción a la disciplina familiar. Tienen un sentido positivo en cuanto representan al niño nuevas posibilidades y enriquecen su mundo. Por el contrario, en el adulto, debido a su mayor diferenciación del mundo circundante, los ensueños tienen un carácter de “huida hacia sí mismo” que puede revestir a menudo un carácter patológico.
Los sueños (imagenes oníricas), a diferencia de los simples ensueños, no dependen de nuestra voluntad, sino que parecen ser independientes de ella y obedecer a leyes propias. Parecen brotar de un sueño más profundo que el yo consciente. No es sorprendente, por ello, que en muchas culturas hayan sido interpretados como mensajes procedentes de los dioses, que pueden revelarnos nuestro destino. En la doctrina psicoanalítica de Freud los sueños serían el cumplimiento imaginativo de deseos insatisfechos. Ahora bien, este cumplimiento -siempre según Freud- no se muestra abiertamente, sino “disfrazado” por una serie de procesos de simbilización, sustitución, etc, que nos ocultan su verdadero sentido. Sólo un análisis cuidadoso de sus elementos pueden hacernos patente ese sentido.
La doctrina de Freud ha puesto definitivamente de manifiesto que los sueños no pueden explicarse simplemente como asociaciones causales de imagenes, sino que reflejan procesos de simbolización y clasificación de los que apenas somos conscientes, pero que sin embargo realizamos.
Durante los últimos decenios del siglo XX, la teoría psicoanalítica de los sueños puso de relieve la importancia que el sieño tiene para interpretar no solamente la propia vigilia, sino también aquellos problemas que, disfrazados de sueños, aparecían mientras se dormía.
La aportación fundamental de Freud fue la de pensar que existía una continuidad entre la vida subconsciente y la vida consciente, es decir, que no se trataba de dos mundos inconexos, sino que había que interpretarlos en función de la unidad del ser humano.
Sin embargo, esta continuidad entre la conciencia y el sueño no fue explicada de la misma forma por todos los psicoanalistas. El propio Freud hizo mucho énfasis en el sentido sexual de lo onírico, en tanto que otros discípulos hicieron hincapié en la voluntad del poder, etc, que se expresaría justamente en los sueños.
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