Período helenístico

Desde Academia Cruellas vamos hoy a centrarnos en las escuelas morales del período helenístico.

Las circunstancias que dieron lugar al período helenístico son muy conocidas. El vastísimo imperio que forjó Alejandro y las monarquías a que inmediatamente dio lugar su fragmentación habían acarreado, entre otras, dos notables consecuencias: habían abierto grandes áreas geográficas a la cultura helenística y habían terminado con la estructura política de los estados griegos. La primera de las consecuencias señaladas hizo posible la extensión de la cultura griega hacia otras áreas geográficas en que floreció con pujanza. Alejandría y Rodas superaron pronto a Atenas en todas las ramas de la cultura y el saber, excepto en la enseñanza de la retórica y la filosofía. Atenas siguió siendo la sede central de la filosofía, no solamente porque allí continuaban abiertas las escuelas fundadas por Platón (la Academia) y por Aristóteles (el Liceo), sino porque se fundaron allí dos escuelas más, el Jardín de Epicuro y la Stoa de Zenón. En la orientación del pensamiento filosófico influyó poderosamente la segunda de las consecuencias que la nueva situación política acarreó, según comentábamos anteriormente: el ocaso de los estados griegos. Las pequeñas ciudades-estado (polis) habían constituido la comunidad política fundamental, el único ámbito en que la vida política y la integración ciudadana eran posibles y racionales para un griego (en sus elucubraciones y teorías, Platón y Aristóteles no aceptaron jamás otro tipo de organización política más amplia). Para los griegos, en general, la participación activa en la organización y destino de su propia polis era una cuestión esencial de su vida y cuando la marcha implacable de la historia acabó con la independencia de la ciudades y, por tanto, la organización y el destino de las mismas dejó de estar en sus manos, muchos griegos debieron comprender que el sentido de su vida quedaba definitivamente mutilado y que no tenían más remedio que buscar a ésta un nuevo sentido y unos nuevos ideales. Tanto el epicureísmo como el estoicismo pretender responder a esta necesidad. La libertad social, política, ciudadana, irremisiblemente perdida, será sustituida por otro tipo de libertad, la libertad individual de la persona que se basta a sí misma. Epicuro es, en este sentido, radical: el hombre sabio no interviene en política, se desentiende de ella refugiándose en su vida privada en compañía de sus amigos. ( La comunidad de amigos viene a sustituir a la comunidad política en el epicureísmo. Epicuro profesó un verdadero culto a la amistad, a la que dedicó sus más apasionadas y líricas palabras:”a través del mundo van bailando sus danzas los corros de la amistad que a todos nos invita a alzarnos y a proclamarla como tres veces bienaventurada”.) Este es un aspecto en que el sabio epicúreo se diferencia del sabio estoico: el sabio, según el estoicismo, si que actua en política, aún cuando su auténtica libertad sea personal e interior. Epicuro preparaba a sus discípulos para vivir en comunidades apolíticas de amigos; el estoicismo los preparaba para convertirse en políticos austeros y rígidos funcionarios.

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