Descartes
Descartes separa el alma del cuerpo de una manera más radical aún que lo hiciera el platonismo. De esta forma se agudiza el problema de la relación, calificada por Descartes como “combate”, entre las partes inferior y superior del alma, entre los apetitos naturales o pasiones, de un lado, y, de otro, la razón y la voluntad. ¿Cuál es el origen de las pasiones, cómo afectan a la parte superior del alma y cuál es el comportamiento de ésta respecto de aquéllas?
Entiende Descartes por pasiones aquellas percepciones o sentimientos que hay en nosotros y que afectan al alma sin tener su origen en ella. Su origen se halla en las fuerzas que actúan en el cuerpo, fuerzas denominadas por Descartes “espíritus vitales”. Las pasiones, por tanto, son: a) involuntarias: su aparición, su surgimiento, escapa del control y al dominio del alma racional, ya que no se originan en ella; b) inmediatas, y c) no siempre racionales, es decir, no siempre acordes con la razón; de ahí que pueda significar para el alma cierta servidumbre:”las pasiones agitan diversamente la voluntad, y así hacen al alma esclava e infeliz”.
Descartes está tocando en este punto un tema típicamente estoico: el tema del autodominio, del autocontrol. La actitud de Descartes ante las pasiones no es absolutamente negativa, por lo demás. No se trata de que haya que rechazarlas o erradicarlas por principio, por el mero hecho de su existencia. A lo que hay que enfrentarse es, no a las pasiones como tales, sino a la fuerza ciega con que tratan de arrastrar la voluntad de un modo inmediato, sin dejar lugar para la reflexión razonable. la tarea del alma en relación con las pasiones consiste, pues, en someterlas y ordenarlas conforme al dictamen de la Rzón. Es la Razón, en efecto, la que descubre y muestra el bien que, como tal, puede ser querido por la voluntad. La Razón suministra no solamente el criterio adecuado respecto de las pasiones, sino también la fuerza necesaria para oponerse a ellas: las armas de que se vale la parte superior del alma, escribe Descartes, son “juicios firmes y determinados referidos al conocimiento del bien y del mal, según los cuales ha decidido conducir las acciones de su vida”.
Si continuamos con esta línea argumentativa, lo siguiente que nos encontramos es el término “yo”. Con dicho término Descartes expresa la naturaleza más íntima y propia del hombre. Del yo poseemos un conocimiento directo, intuitivo, claro y distinto que se manifiesta en el “yo pienso”. El yo como sustancia pensante (res cogitans) es centro y sujeto de actividades anímicas que, en último término, se reducen a dos facultades, el entendimiento y la voluntad:”todos los modos del pensamiento, que experimentamos en nosotros, pueden reducirse, en general, a dos: uno es la percepción u operación del entendimiento; el otro, la volición u operación de la voluntad. En efecto, el sentir, imaginar y el entender puro no son sino diversos modos del percibir, así como desear, rechazar, afirmar, negar, dudar, son distintos modos de querer” (Principios de Filosofía I).
La voluntad se caracteriza por ser libre. La libertad ocupa un lugar central en la filosofía de Descartes: a) la existencia de la libertad es indudable; es -dice Descartes- “tan evidente que ha de considerarse una de las nociones primeras y máximamente comunes que hay innatas en nosotros; b) la libertad es la perfección fundamental del hombre; c) el ejercicio de la libertad, en fin, constituye un elemento esencial del proyecto de Descartes: la libertad nos permite ser dueños tanto de la naturaleza (el objetivo último del conocimiento para Descartes como para Bacon es el dominio de la naturaleza) como de nuestras propias acciones.
¿En que consiste exactamente la libertad, su ejercicio? A juicio de Descartes, la libertad no consiste en la mera indiferencia ante las posibles alternativas que se ofrecen a nuestra elección: la pura indiferencia entre los términos opuestos de mi elección no significa perfección de la voluntad, sino imperfección e ignorancia del conocimiento. La libertad no consiste tampoco en la posibilidad absoluta de negarlo todo, de decir arbitrariamente a todo que no. La libertad consiste en elegir lo que es propuesto por el entendimiento como bueno y verdadero.
Es el entendimiento el que descubre el orden de lo real, procediendo de un modo deductivo-matemático. La libertad es, pues, no la indiferencia ni la arbitrariedad, sino el sometimiento positivo de la voluntad al entendimiento.
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