La memoria
Es difícil exagerar la importancia que la memoria tiene para toda la vida psíquica. Podríamos decir que es como el cemento que une todos los elementos de un edificio; sin memoria, nuestra vida psíquica se disgregaría en un montón de actos inconexos que por ello dejarían de ser verdaderos actos psíquicos.
El conjunto de nuestra vida psíquica puede concebirse como un flujo unitario de actos psíquicos. Un acto aislado, colocado al margen de esta corriente, no es nada. Para pertenecer a la vida psíquica, cualquier acto debe estar integrado en esta corriente unitaria. Ahora bien, lo que mantiene unida a la corriente es la referencia interna de unos actos (los presentes) a otros (los pasados): el presente no es vivido por mí como un comienzo a partir de la nada, sino como una continuación de los actos que inmediatamente le precedieron y que implícitamente son recordados en él. En cada uno de mis actos corrientes hay, por así decir, un recuerdo implícito del conjunto de mi vida anterior. Cada acto nuevo resume y prolonga mi experiencia anterior. Es evidente que todo ello no podría existir sin alguna forma de memoria, sin alguna forma de permanencia consciente del pasado en el presente. Sin memoria, la corriente de actos psíquicos carecería de toda unidad interna y, por lo tanto, tampoco existiría una conciencia del yo.
Pero aún hay más. No sólo la memoria es necesaria para la conciencia subjetiva del yo, sino también para el conocimiento de la realidad objetiva. Percibir es en gran parte reconocer; si no reconocer objetos concretos, al menos reconocer los elementos que los componene (colores, formas, sonidos,…). Pensemos por un momento lo que sería el mundo de nuestra percepción si en cada momento todo lo que en él vemos fuera totalmente nuevo para nosotros. Podemos conjeturar que, sin el reconocimiento de la mayor parte de los objetos que componen nuestro campo de percepción, el mundo carecería para nosotros de realidad, se desvanecería en un caos de colores y formas sin sentido.
Esto resulta aún más evidente si recordamos la intervención de nuestros conceptos en la percepción. Esta claro que la formación de conceptos es imposible sin la memoria, pues el fundamento de toda clasificación y conceptualización está en el reconocimiento de caracteres semejantes en objetos distintos. Si en el objeto que tengo delante no puedo reconocer unas características que ya he encontrado en objetos semejantes, será imposible que pueda hablar de “algo”. Sin el reconocimiento de lo ya visto, no podríamos conceptualizar los objetos de nuestra experiencia y, por tanto, tampoco podríamos hablar acerca de ella.
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