Berkeley

Berkeley constató que en la doctrina de Locke existían ciertas incoherencias, las corrigió y el resultado de todo ello fue una extraña teoría según la cual “el ser de las cosas consiste en ser percibidas”. Su razonamiento es el siguiente:

Tomemos el cuadro, el “San Pedro” de El Greco. ¿Tenemos algún medio de saber si la figura humana allí dibujada es realmente una representación o imagen del San Pedro histórico? Evidentemente no. Para saberlo, necesitaríamos conocer no sólo el retrato, sino también el original, para poder compararlos. Este hecho nos muestra la incoherencia fundamental que, a juicio de Berkeley, cometió Locke: por una parte, afirma que solamente conocemos ideas, que no conocemos ninguna realidad exterior y distinta de ellas; por otra parte afirma que nuestras ideas son representaciones de esa realidad exterior y última de la cual no tenemos conocimiento alguno. De acuerdo con este razonamiento, Berkeley establece que la afirmación lockeana de que nuestras ideas representan algo distinto de ellas mismas es incoherente y gratuita. Si solamente conocemos ideas no tiene sentido ninguno decir que son representaciones.

Después Berkeley nos dirige la siguiente pregunta:¿conocemos las cosas?¿Conocemos la silla en la que estamos sentados, la mesa en que apoyamos los brazos, el bolígrafo que aprieta nuestros dedos? La mayoría de las personas contestaría que sí, entre las que se encuentra Berkeley. Berkeley afirma este silogismo: por lo tanto, sólo conocemos ideas, conocemos las cosas, luego las cosas son ideas.

No encontraremos fallo lógico a dicho razonamiento. La mesa, el bolígrafo, la silla no son más que el conjunto de las sensaciones que de ellas poseemos. No hay dos realidades –cosas e ideas- como pretendía Locke, sino una sola, las ideas o percepciones: el ser de las cosas es, por tanto, su ser percibidas.


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