LA ASTRONOMÍA PRECOPERNICANA (I)

Desde Academia Cruellas, en Fraga vamos a centrar nuestro foco de atención en la astronomía. Lo primero que debemos tener en cuenta es que quizá nada haya sido tan decisivo para la configuración del pensamiento moderno como el nacimiento de la física matemática. Pero este nacimiento no se logró sino a través de una continua lucha contra el gigantesco edificio de la física aristotélica, profundamente modificado a lo largo de la Edad Media.

Y es que estos cambios no podían por menos de producirse por cuanto, si el sistema aristotélico era muy sólido -gracias a la obra de Tomás de Aquino- para la elaboración de la teología, sólo difícilmente podía ajustarse a las exigencias de la astronomía. ¿Cuáles eran las exigencias del sistema aristotélico del mundo? Estas eran: geocentrismo, esferas concéntricas y cristalinas en torno a la estable Tierra, y movimiento uniforme de tales orbes celestes, todo ello inscrito en la esfera de las estrellas fijas, movida regularmente -para explicar los días y las noches- por el Primus Movens ("primer motor"), especie de alma del mundo movida a su vez por el Motor Inmóvil: Dios.

Esta armonía, expresión de las grandes hipótesis de base de la ciencia griega: finitud del cosmos, uniformidad y circularidad como movimiento perfecto (lo más cercano a la inmutabilidad del Dios), se veía desde el principio perturbada, con todo, por dos fenómenos: cometas y planetas.

Con respecto a los primeros, la solución ofrecida resultaba convincente, dada la ausencia de instrumentos de precisión: se trataría de "meteoros", es decir, de fenómenos producidos en la región sublunar por la fricción de las capas de aire y fuego que rodeaban a la Tierra. Pero los planetas no fueron tan fáciles de dominar. En efecto, al margen del Sol y la Luna, de movimiento regular, algunas "estrellas" variaban periódicamente de intensidad lumínica, y otras (especialmente Venus y Marte) parecían complacerse en probar la paciencia del astrónomo, apareciendo bien en posiciones opuestas, bien caminando hacia atrás, en movimiento retrógrado. Por eso se les llamó "planetas" (en griego: vagabundo, errante).

REALISMO Y POSITIVISMO EN LA ASTRONOMÍA GRIEGA

¿Cómo compaginar la profunda exigencia de armonía y equilibrio con estos aparentemente arbitrarios movimientos? La solución pasaba por una radical decisión sobre el objeto y alcance de la ciencia. O bien la ciencia tiene como misión expresar de forma rigurosa y racional lo que realmente se da en la naturaleza: realismo o bien debe limitarse a salvar los fenómenos, dando cuenta de las apariencias, traduciendo al lenguaje de la razón lo aparente, sin preocuparse de la relación entre lo que "se ve" y lo que en verdad "es": positivismo. Este convencionalismo positivista puede, a su vez, entenderse como propuesto para dejar a un saber superior la tarea de averiguar lo que es, o como un puro fenomenismo, que se niega a ir más allá de lo dado. En la ciencia natural, la primera posición viene dada por Platón: el mundo material -nos dice- copia en lo posible la perfección de las ideas; por ello, no puede pedirse del estudio de lo material sino un "cuento verosímil". La segunda posición corresponde al positivismo decimonónico de Mach y Avenarius.

Así, el respaldo teórico de Platón y las exigencias prácticas de medición del cielo para la navegación, configuraron el nacimiento positivista de la astronomía.

Dos hipótesis podían salvar los fenómenos: la heliocéntrica y la geocéntrica. La primera fue propuesta por Aristado de Samos (siglo III a.C.): el Sol sería el centro del cosmos; la superficie externa, el orbe de las estrellas fijas; y el interior estaría formado por siete órbitas concéntricas (Mercurio, Luna, Tierra, Marte, Venus, Júpiter y Saturno), de distintas velocidades y dimensiones. Parece que también pensaba en una rotación diaria de la Tierra sobre el eje Norte-Sur. De esta forma podía explicarse por qué los planetas variaban de brillo y de trayectoria, al ser vistos desde la Tierra.
Sin embargo, el esquema no prosperó. ¿Porqué? Por que si salvaba los fenómenos celestes, se oponía, en cambio tanto a la física como al "sentido común" de su tiempo. Nada, en efecto, más sensible que la estabilidad y fijeza de la Tierra. Por otra parte, hay también objeciones desde el punto de vista científico: se cree que Aristado no acompañó su hipótesis de los cálculos y mediciones precisos. Pero hay una objeción aún más seria: si la Tierra se mueve alrededor del Sol, entonces a veces estará más cerca de una región determinada del zodíaco (y las estrellas serán más brillantes) y otras, más lejos. Tanto el brillo como la dirección en que aparecen las estrellas de referencia deberán variar (es el fenómeno hoy denominado paralaje anual de las estrellas).

Pero según podía apreciarse entonces, las estrellas permanecen fijas y brillan siempre igual. En consecuencia, o bien las estrellas deben estar a una distancia inmensa en relación con la órbita terrestre, o bien el sistema de Aristado no es válido. Es natural que se siguiera la segunda opción: hasta el siglo XVII, los astrónomos no pudieron medir ángulos menores de 1/2º; Bessel descubrió en 1838, por primera vez que la estrella más próxima muestra un paraje de 1 seg. de arco.




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